Detrás de cada miedo hay una oportunidad de avanzar.
El miedo a decirle a alguien que “no”, el miedo a estar solo, el miedo a estar “enjaulado”, el miedo a fallar, el miedo a no ser capaz, el miedo a no ser atendido, el miedo al dolor y al sufrimiento, el miedo a no tener dinero, el miedo a hablar en público, el miedo al compromiso y a enraizarme, el miedo a perder el control; todos ellos son oportunidades para avanzar libremente, pero a la vez son posibles trampas que me esclavizan.
El miedo no apunta hacia afuera: “normalmente digo… tengo miedo de decir NO por si se enfadan, por el lio que se va a armar, porque son mi familia, etc..” Pero en realidad, el miedo apunta hacia adentro, hace evidente algo de nosotros, no de fuera. Lo que al final sucede es: “tengo miedo de traspasar este miedo fruto de la inercia de toda mi vida porque no se que hay al otro lado”. Y en realidad, al otro lado esta la Libertad. Detrás de ese miedo se encuentra la libertad de la esclavitud de ese patrón de toda mi vida que me limita siempre de la misma manera en las mismas situaciones.
Fíjate que lo que siempre me impide traspasar mis miedos, es mi mente, que parlotea incesantemente dando argumentos y justificaciones a favor de ese miedo que obviamente siempre son los mejores argumentos para sostenerlo. Me auto como la cabeza y me auto convenzo dándome a mi mismo aquellos argumentos que se que son infalibles para no dar el salto.
Si mi miedo, por ejemplo, es a estar solo, ese miedo me controla y me lleva a estar constantemente pendiente de aquella persona (sea mi pareja o mi ex) y a depender o desear obsesivamente ese vínculo. El hecho de enfrentarme a este miedo y a abrirme a estar realmente solo, a ver que hay detrás, a mirar en mi, me abre un nuevo camino desconocido pero a la vez rico en el que posiblemente no me haya permitido nunca estar pero en el que me sentiré totalmente libre.
Si mi miedo, por ejemplo es a entregarme a una relación, ese miedo también me controla y me impulsa constantemente a buscar mi espacio, a escapar de la entrega. El hecho de enfrentarme a ese miedo y a abrirme a darme plenamente, me libera de la obsesión compulsiva de escapar, siempre buscando la paz en otro sitio. En la entrega a la relación, al momento tal como es, esta la paz interior.
Cada vez que traspaso un miedo, estoy más cerca del sitio donde tengo que estar.
Es como un laberinto. Donde hay un miedo parece que hay una pared que me obliga a franquearla e ir en otra dirección. Cuando franqueo la aparente pared y doy la vuelta me vuelvo a encontrar con esa misma aparente pared. Y asi infinitas veces hasta que me doy cuenta que no hay pared. Ni laberinto. Y cruzo. Allí aparece un camino limpio y recto, no circular.
Si soy una persona que tengo miedo a estar sola, debo vivir la soledad. Allí accederé a profundidad de mi ser. Si tengo miedo al compromiso y a perder mi libertad, debo entregarme plenamente a aquello que temo, y así sucesivamente. Allí veré que en la “soledad” no hay soledad ni sufrimiento una vez me entregue a ella, o veré que en la entrega no hay perdida de libertad.
La libertad, la soledad, etc.. no son más que construcciones mentales. No son reales.
¿Qué es la libertad? ¿Qué pasa si tengo miedo a perderla y me ENTREGO PLENAMENTE?
Si estoy entregado a la VIDA COMO ES, no me faltará nada. Disfrutaré cada segundo de esa vida, porque no estaré anhelando otra cosa.
¿Qué es la libertad? ¿Qué pasa si tengo miedo a perderla y me ENTREGO PLENAMENTE?
Si estoy entregado a la VIDA COMO ES, no me faltará nada. Disfrutaré cada segundo de esa vida, porque no estaré anhelando otra cosa.
Detrás de mis miedos está mi dirección en la vida.